La promesa fundamental que encierra la textualidad digital es la de romper los (aparentemente) estrechos límites a los que la arquitectura del códice constriñe al texto para liberarlo y convertirlo en una especie de continuo ininterrumpido susceptible de ser perpetuamente modificado, editado, releído, comentado. La promesa fundamental que encierra la textualidad digital es la de inventar nuevas formas de lectura social, dialógica, más cercanas a la fluidez y presencialidad de la oralidad tradicional que a la de la lectura profunda y silenciosa. La promesa que encierra la textualidad digital es la de hacer evidente el nexo que forzosamente une a todos los textos, sus dependencias e influencias sincrónicas y diacrónicas, de manera que todos los textos estuvieran de alguna forma potencialmente conectados, íntimamente relacionados.
Proyectos como el de I read where I am, leo allí donde estoy, tratan de explorar estas promesas todavía incipientes y embrionarias: “leo allí donde estoy”, dice el texto que explica la intención del proyecto, “contiene textos visionarios sobre el futuro de la lectura y el status de la palabra. Leemos en cualquier momento, en cualquier lugar. Leemos sobre pantallas, leemos en las calles, leemos en la oficina pero, cada vez menos, leemos un libro en nuestra casa sobre nuestro sofá. Somos, o nos estamos convirtiendo, en un nuevo tipo de lector. La cuestión es qué forma adoptará y cuál es la experiencia que uno desea obtener. Para responder a todo esto (y a otras cosas), hemos preguntado a personas con diferentes trayectorias, sujetas a los cambios mencionados”. Las aportaciones de los especialistas a los que se realizaron las consultas pueden encontrarse -para cundir con el ejemplo- en forma de texto editable, sobre el que puede comentarse e intervenirse, sobre el que cabe añadir glosas, apostillas y acotaciones para generar una conversación potencialmente interminable.
Bob Stein llama a esto el libro social: si las promesas que se adivinan tras la hipertextualidad son las que imaginamos, quizás debamos comenzar, efectivamente, a pensar que buena parte de la producción escrita pase, de ahora en adelante, por soportes y arquitecturas que no serán las que hemos conocido. De hecho, esa aparente democratización del comentario y la cita, de la exégesis y la interpretación, puede constitur el fundamento de una verdadera sociedad informada, digna del nombre de sociedad del conocimiento.
Puede que sí. O puede que no. Las preguntas que tendremos que respondernos a nosotros mismos en los próximos años son, precisamente, esas: ¿deben sustituir las nuevas textualidades a las anteriores? ¿desmienten o devalúan las promesas de las textualidades incipientes las que ya cumplieron las textualidades tradicionales? ¿sustituirá obligatoriamente la glosa hipertextual y colectiva a la lectura profunda y solitaria? ¿no deberían llegar a ser, más bien, complementarias en lugar de supuestamente antagónicas? Quizás sea capaz de ofrecer un atisbo de ello el próximo día 27, en la Biblioteca Nacional, en El libro como universo.
[…] I read where I am o las promesas de la lectura social […]
La pregunta ahora sería: ¿cómo REMUNERAR a los creadores de los contenidos que hacen posible la lectura social? Todos estamos de acuerdo en difundir y leer lo más gratuitamente posible… pero se puede producir (investigar, redactar, traducir, diagramar) GRATUITAMENTE de manera indefinida, y sin perder la calidad?
Siempre he sido escéptico con cierto enriquecimiento del libro, aun ser un convencido de la digitalización. Que algo pueda hacerse no implica que deba hacerse, especialmente cuando se trata de editar un libro comercialmente rentable. Pero en el caso de las manifestaciones editoriales más artísticas, el único límite será el talento del artista (y la paciencia del lector, claro).
Tampoco podemos desdeñar el hecho que nuestros sentidos son los que son y nuestro cerebro, pese a ser un órgano maravilloso, tiene sus limitaciones.
En todo caso: siempre es interesante lo nuevo, pues apunta a una nueva frontera. De nosotros depende cruzarla.
Propuesta sumamente interesante, que Borges en su Biblioteca de Babel llama el Libro Total, donde un libro se conecta con sus congéneres ideológicos, de autor, etc. Las multirelaciones se tejen en la misma sociedad donde nace el libro, en los comentarios, las glosas, haciendo que el libro viva y se reescriba constantemente con cada lector. Los invito a conocer la página http://www.ellibrototal.com, que nace con esta filosofía y que seguramente avanzará prontamente, si es que no lo ha hecho, a la Textualidad Digital.