Siento ser el invitado que agua la fiesta: el incremento puntal de las ventas de libros en papel con motivo de una festividad concreta, es incapaz de subsanar la quiebra estructural de un modelo y de una industria. Por mucho que el San Jordi medieval hubiera alanzeado al dragón de carne y hueso, no podrá hacer lo mismo con el dragón digital y con la caída vertiginosa de las ventas de libros en los últimos años.
Para justificar cuantitativamente mi desacuerdo de aguafiestas: en el año 2013 la cifra de negocio del sector fue de 2181 millones €, una cantidad equiparable a la que la industria había facturado en 1994 y un 40% menos de lo que la caja que la industria hizo en el año 2008 (cuando se alcanzaron los 3158 millones €). Este desplome no es meramente achacable al incremento obvio del precio de los libros (un 16,63% de media en los últimos años) o al notable efecto adverso de la crisis económica sobre los bolsillos de los compradores. Los estadios de fútbol siguen llenos, repletos, con precios de entradas que multiplican por 20 0 30 lo que cuesta un libro de bolsillo, de manera que el criterio que se utiliza para discernir en qué se invierte la renta disponible, no es un número fatalmente dependiente de la renta persona. Aun cuando la macroeconomía acabara dando un alivio a los microbolsillos de los consumidores, la compra de libros en papel no alcanzaría nunca más la cifra conocida.
Si nos empeñamos en buscar refugios pasajeros en las cifras que se derivan de eventos puntuales, es que no hemos entendido nada: el dragón digital acabará con San Jordi, o acabará al menos persuadiéndole de que lea y consuma contenidos en formato digital. Lo único que ha crecido en la industria editorial, tímida y lentamente, es la venta de contenidos electrónicos, del 8,1% al 14,1%, o lo que es lo mismo, de 51 a 80.3 millones de € . La adopción progrevisa de lo digital depende de dos factores, fundamentalmente: que la generación nacida en la era tipográfica asuma progresivamente su uso (o que, por causas biológicas naturales, deje de leer y de todo lo demás), y que la generación de nativos digitales alcance la mayoría de edad y, con eso, la generalización de sus hábitos y prácticas de uso, creación y consumo.
Toda industria que no mire más allá de las certezas infundadas y pasajeras de San Jordi, estará abocada a que alguna empresa heterónoma le haga los deberes o que a pequeños e independientes emprendimientos se abran paso en un mercado dislocado.
Paradójicamente, hoy más que nunca dependemos de abrir y consolidar nuevos mercados en otros países: si España encontró en Iberoamérica, durante mucho tiempo, su ámbito natural de expansión (y eso representara en el conjunto de la facturación un 20% aproximado del volumen total), hoy esa cifra se acerca al doble, al 40%, pero en condiciones completamente diferentes a las preliminares: las industrias locales de América Latina han madurado y compiten en igualdad de condiciones en el mercado global del Español. La potencialidad del mercado norteamericano -tema que se debate hoy en el Foro Internacional del Español– es, todavía, un proyecto inmaduro, casi en regresión: en el año 2004, según cifras del Comercio Exterior del Libro en España, se facturaron 20.390.000 € frente a los 14.260.000 € de 2014. Muchos factores pueden explicar este decrecimiento, entre ellos la falta de contenidos digitales diseñados para los jóvenes usuarios que deberían utilizarlos y la carencia de canales y plataformas para la comercialización y distribución digital de esos contenidos, y de ellos hablaremos esta tarde de viernes.
El dragón digital podrá con San Jordi, a no ser que San Jordi se interese, cuide y haga crecer al dragón digital.
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